Slumdog millionaire o Quiere ser millonario
Que película tan buena!!!
El primer plano de la película más comentada, premiada, buscada y compartida de los últimos meses, "¿Quiere ser millonario?" (Originalmente se llama de manera ominosa, "Slumdog Millionaire" o sea, el perro de los basureros convertido en millonario, lo peor de lo peor, la lacra, la pocilga), ese primer plano es el del muchacho, sudoroso y asustado, interrogado por un policía gordo y vicioso que le arroja el humo del cigarrillo mientras le sigue preguntando y acosando.
Lo hace porque no entiende, no quiere entender, no puede entender, cómo Jamal Malik, 18 años, ha ganado el concurso de televisión "¿Quiere ser millonario?"; cómo tenía todas las respuestas a las preguntas pretenciosas de ese presentador que es un payaso y trata de humillarlo ante millones de personas en la India para quienes, cada noche del concurso, se cumple un auténtico milagro.
La película viene de la novela "¿Quiere ser millonario?" (en inglés se llama "Q & A", es decir, pregunta y respuesta) del escritor Vikas Swarup (editorial Anagrama), historia triste, ridícula, dramática, angustiosa, torturante, mágica, sorprendente y opresiva de un personaje que tiene un nombre inusual, Rama Mahoma Thomas (es decir, las tres grandes religiones de la India) quien, a los 18 años, se convierte en el ganador del concurso más espectacular y millonario de la televisión de la India al tener las respuestas que, gracias al azar y el humor negro de la historia, corresponden a pasajes angustiosos, sangrientos y melodramáticos de su vida. Eso es lo que ignoran los policías.
Esa historia contada en primera persona llamó la atención de un director de cine que se parece a pocos de sus colegas, Danny Boyle (el mismo de "Traisnspotting", "Tumba a ras de suelo" y "28 Días" entre otras), quien estuvo en el fango y en medio de los perros, las vacas, los ladrones, las rameras y las chabolas de Bombay para filmar una película que se ha convertido en la gran sorpresa de los últimos meses, dándole forma a la disparatada crónica sobre las miserias padecidas por este muchacho a quien detienen y torturan por ganarse el concurso o mejor, por parecer sospechoso al responder las preguntas en un evento que fue desbaratado en sus trampas por la ingenuidad y buena memoria del indefenso concursante.
Por supuesto esta película realizada con un presupuesto casero, pocos equipos y escasos días de rodaje, nada tiene que ver con otras películas sobre la India, sus paisajes, sus elefantes, sus mujeres de senos pequeños y ojos inmensos, sus templos y sultanes, nada, ni con las producciones de Hollywood, ni con las películas (centenares o miles), realizadas por esos directores y actores de piel oscura que deslumbran a los espectadores ingenuos de Occidente.
Como siempre, el libro es superior a la película, siendo ésta una obra maestra de humor negro, alegría, cinismo, ingenuidad, inteligencia y puesta en escena con esas cámaras de cine y video (dirigidas por Anthony Dod Mantel), que captan los colores terrosos de los muladares de Bombay, esas casuchas que el viento y la lluvia y la humedad y el óxido y los animales carcomen en un ritual que también devora a los humanos: por eso la sensación de autenticidad mientras los tres protagonistas juveniles (cada uno interpretado por tres actores en distintas edades, que en el caso de los más pequeños hablan indi y vienen de esos muladares) se ahogan en medio de tanta basura y miseria, robando para comer, huyendo de quienes quieren sacarles los ojos y convertirlos en mendigos.
No es, como dicen algunos, otra película de Bollywood. Las de este género nunca se filman en esas calles atestadas con todos los colores, sonidos, olores y alucinaciones, sino en estudios inmensos que reproducen los ambientes limpios y tranquilos de una India que no tiene nada en común con el país captado por Danny Boyle y el equipo indio que lo acompañó y asesoró.
Afortunadamente esta historia de hombres y mujeres miserables que disputan a los perros y otros animales los desperdicios que se acumulan en las calles, en las aguas de ese río infectado, en las azoteas y los sótanos, ha sido contada por un trasgresor tan vital y alegre y cínico y rebelde como Boyle, quien elude el panfleto y la protesta social, y prefiere decirnos que aún con los excrementos hasta la cabeza (ahí está el protagonista cuando niño, lanzado en un pozo de heces y convertido en amenaza pública cuando pide el autógrafo a su actor favorito), aún en medio del hambre, el crimen, la explotación, los golpes, la prostitución, la orfandad y otros dolores, esos personajes tratan de vivir y respirar y amar y fornicar y jugar y ahorrar y, sobre todo, tratan de defender sus sueños aunque les toque huir durante muchos años luego de presenciar la masacre de la población musulmana y el asesinato de la madre de los dos niños.
La novela, deliciosa y amena, inteligente y cínica, tiene un prólogo, doce capítulos que corresponden a igual número de preguntas mientras aumenta el premio en rupias, y un epílogo. Abarca los recuerdos de esa vida de 18 años, intensa, angustiosa y rebelde que el protagonista le cuenta a una abogada que lo rescata de las manos de los policías que lo torturan para que explique, cómo un muchacho con poca educación ha sido capaz de ganar ese concurso. No entienden el alcance de su situación: todos los temas de las preguntas corresponden a distintas etapas de su vida, por eso los conoce y responde.
Rama Mahoma Thomas (en la película se llama Jamal Malik) es un típico y delicioso narrador de los cuentos orientales. La abogada que lo rescata de la tortura policial, escucha, pregunta, analiza, duda, orienta y ayuda mientras el muchacho reconstruye todos los temas y situaciones posibles que ha presenciado o conocido, desde la historia secreta del Taj Mahal y su trabajo como guía, pasando por algunos episodios de la guerra entre India y Pakistán, hasta la descripción gráfica de la trata de blancas en manos de mafias apoyadas por algunas autoridades, el negocio de la mendicidad infantil, la esclavitud que afecta a millones de pobres y otras situaciones miserables que el protagonista vive y supera hasta llegar a ese concurso que lo convierte en héroe nacional.
La película tiene otra estructura. Alterna la participación en el concurso con escenas de brutalidad policial y esos 18 años vividos por Jamal, su hermano Salim que más tarde se convierte en uno de los peores hampones, y una joven, Latika, a quien ellos, cuando niños, acogen una noche de tormenta en su covacha, y se convierte en obsesión sentimental para un muchacho que se pasa la película buscándola en todos los basureros, lupanares y escondites de una Bombay a punto de estallar. Por supuesto, Boyle no es inmune al gusto de millones de espectadores por los musicales y por eso, durante los créditos finales, muestra una escena de baile en la estación del tren con todos los actores, alegres y juveniles, a pocos pasos de la miseria absoluta.
Luego de ese primer plano del rostro golpeado, angustiado y sudoroso del joven mientras el policía gordo le arroja humo a la cara, y después le electrocuta los pies, compartimos unas escenas llenas de vida y humor, con los niños jugando en una de las pistas del gigantesco aeropuerto, perseguidos por los policías que los ahuyentan hacia esas calles cubiertas por toldos y cartones de todos los colores, con la cámara que se eleva y muestra esa miseria como si fuera un gigantesco tapiz, sucio e infectado pero lleno de gritos y risas.
La novela es estupenda y algunos la han comparado por el escenario, los personajes y los conflictos con las historias de Salman Rushdie. La película tiene 10 nominaciones a los premios Oscar en un año marcado por historias agresivas, personajes rebeldes y descastados, y directores arriesgados, como este Danny Boyle a quien el ritual de hundir a sus personajes en inodoros y pozos llenos de excrementos es una forma de decir que lo importante no es dejarse hundir, sino flotar o mejor, salir al otro lado, aunque estemos sucios y los demás se aparten asqueados y nos miren como una auténtica peste. Hay que recuperarse y, por supuesto, tener las respuestas adecuadas.
A la salida quizás pensemos que, en el fondo, esta es una hermosa y arriesgada historia de amor, que luego de perder a la mujer que ama en los laberintos insondables de la trata de blancas, el protagonista solo tiene un recurso para recuperarla: aparecer en televisión para que ella lo vea, lo ubique, lo busque y se reencuentren, mientras en el aire queda una cita improbable. Todas las noches, a las once, en la estación del tren. Hasta cuando ella aparece, bella a pesar de su cicatriz, alegre a pesar del cansancio por tantos cuerpos desconocidos que la han humillado y libre en medio de la multitud.
Danny Boyle, a su manera agresiva y muy personal, ha logrado una emocionante metáfora sobre el ser humano, el amor, el dolor, la soledad, la miseria, la intolerancia y sobre todo, la libertad, así sea entre los perros y los niños que se destrozan a dentelladas por un pedazo de carne descompuesta.